domingo, 4 de septiembre de 2016

Llegó septiembre

... y lo hizo sin avisar. Ahí me pilló en mitad de una despedida, como tantos otros septiembres y con una añoranza de manzanas y moras, con el corazón estirándose en esta mustiez sin final (sí, un día, finalmente decretaré el hastaaquíhemosllegado), con proyectos y sin mucha conciencia de que, una vez más, los meses se ponen en fila y ahora tocan los que tienen más erres y más letras, de forma que nombrarlos es también ralentizar el tiempo, asombrarse con la brevedad de la luz y dejar que las horas de oscuridad alienten, más aún, el latido de lo que falta. 
Llegó septiembre y las decisiones quieren asomar la cabeza, gritarme que ya va siendo hora, que empiece a tomar en serio mi vida, que no vuelva a dejar que nada me haga daño, que...  
No voy a empezar a constatar obligaciones ni tiempos cumplidos ni fracasos. No voy a comenzar el mes escuchando los lamentos que agazapados sobreviven a otros (tantos) septiembres.